Venganza 4 (2024)

Desde los primeros minutos de Venganza 4, queda claro que la saga no ha perdido ni un ápice de su intensidad característica. En esta cuarta entrega, el director francés Pierre Morel retoma las riendas con una madurez visual y narrativa que sorprende. La historia sigue a Bryan Mills (Liam Neeson), ahora retirado y viviendo en el anonimato en una pequeña villa costera en Irlanda. Pero la paz, como siempre, es un lujo que la vida le niega. Cuando un grupo de mercenarios secuestra a su nieta en un acto de represalia contra sus antiguos enemigos, Mills se ve forzado a despertar al asesino metódico que creía enterrado. El prólogo, casi silencioso, es una joya de tensión contenida: cámara fija, respiraciones entrecortadas, y un Neeson que expresa más con una mirada que con un monólogo entero.

Lo que más sorprende de Venganza 4 es su enfoque emocional. Por primera vez, la película no se limita a ser una maquinaria de acción imparable, sino que profundiza en las consecuencias morales del camino de Mills. El guion de Luc Besson apuesta por el dolor como eje narrativo, mostrando a un protagonista que no busca justicia sino redención. Las escenas de flashback, en tonos fríos y con una fotografía granulada, nos recuerdan las pérdidas pasadas, mientras el presente se tiñe de una violencia casi ritual. La secuencia en la cabaña, donde Mills confronta a su antiguo aliado convertido en traidor, es un ejemplo perfecto del equilibrio entre acción y drama: los disparos no son ruidosos, son confesiones.

A nivel técnico, Venganza 4 es una obra maestra de precisión cinematográfica. El montaje de Frédéric Thoraval mantiene un ritmo constante, sin abusar del corte rápido que tantas películas de acción contemporáneas confunden con energía. Aquí, cada golpe, cada persecución, tiene un peso y una respiración. La música de Alexandre Desplat, sorprendentemente melancólica, introduce motivos de cuerda que contrastan con los rugidos metálicos de las escenas de combate. La dirección de fotografía, a cargo de Thierry Arbogast, utiliza tonos ocres y grises que evocan el desgaste del alma del protagonista, como si el mundo entero estuviera marchitándose con él.

En el apartado interpretativo, Liam Neeson entrega una de sus actuaciones más vulnerables y humanas en toda la saga. Ya no es el implacable héroe de las primeras entregas; ahora es un hombre cansado, quebrado, que mata porque no puede llorar. Su química con Grace Fulton, quien interpreta a la nieta, aporta un aire fresco y emotivo a la cinta. Los secundarios, especialmente Vincent Cassel como el antagonista, añaden una profundidad inesperada: Cassel no es un villano, sino una víctima del mismo sistema de violencia que Mills ayudó a crear. Las confrontaciones entre ambos son diálogos filosóficos disfrazados de amenazas.

En definitiva, Venganza 4 no solo revitaliza una franquicia que muchos daban por muerta, sino que redefine lo que significa el cine de acción moderno. Es un testamento sobre la culpa, la pérdida y la imposibilidad de escapar del pasado. A través de una narrativa más madura y una estética cuidada, la película demuestra que todavía hay espacio para el silencio en medio del caos. Cuando Bryan Mills pronuncia su última frase —una mezcla de despedida y confesión— el espectador entiende que no hay redención sin dolor, ni paz sin memoria. Es, sin duda, la entrega más introspectiva, poderosa y emocionalmente devastadora de toda la saga.